BREVIARIO DEL CAOS. Alberto Caraço. México. Editorial Sexto Piso. 2004.

Breviario del caos (Fragmentos)

Cuando los humanos sepan que no hay más remedio que en la muerte, bendecirán a aquellos que los matan, para no tener que destruirse ellos mismos. Al ser todos nuestros problemas insolubles y con nuevos problemas agregándose sin cesar a aquellos que no alcanzamos ya a resolver, será necesario que el furor de vivir, en el que nos consumimos, se agote y que el abatimiento suceda al optimismo criminal, que me parece la vergüenza de estos tiempos. Pues la prosperidad de los países ricos no durará eternamente en el seno de un mundo que se hunde en una miseria absoluta, y como es demasiado tarde para sacarlo de ahí, no tendrán más que la opción de exterminar a los pobres o de ser pobres a su vez, ellos mismos no evitarán ya el caos de la muerte, si por ventura se deciden por la solución más bárbara. Así, por más que se emprenda, no se llegará más que al horror, y al no comunicarse con nosotros el espíritu de las causas, seguiremos infaliblemente a Ícaro en su caída o a Faetón Ens. Abismo, yo no creo ya en el futuro de la ciencia y al no ser la mutación del hombre más que una doble quimera, nuestros descendientes deberán recuperarse sobre el caos y sobre la muerte, en la que nosotros vamos a perdernos.

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¡Felices los muertos! ¡Y tres veces desdichados aquellos que, llenos de locura, engendran! ¡Felices los castos! ¡Felices los estériles! ¡Felices incluso aquellos que prefieren la lujuria a la fecundidad! Pues ahora los Onanistas y Sodomitas son menos culpables que los padres y madres de familia, porque los primeros se destruirán a sí mismos y los segundos destruirán el mundo, a fuerza de multiplicar las bocas inútiles. ¡Vergüenza para los religiosos que nos obligan a reverenciarlos y nos enseñan a desvariar! Seríamos menos miserables y menos ridículos si ellos no existieran, estos predicadores de humo y estos consoladores de pacotilla no nos sirven ya de nada, después de no haber servido más que para engañarnos en cuanto a nosotros mismos, en cuanto a ellos y en cuanto a nuestra evidencia. ¿Se castiga a los falsificadores de dinero y se perdonaría a aquellos que no viven más que acreditando las ideas falsas? La tolerancia es un timo y el respeto no es más que un delirio, hemos pagado por entenderlo y seguiremos pagando antes de zozobrar en la hoguera, enviaremos a esos que nos llevan a la muerte a aplanarnos los caminos que ellos no nos evitan, después vendrá la disolución.

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Nuestros maestros son unos bufones o unos sofistas, unos exorcistas o unos hipnotistas, buscan ganar tiempo sobre el caos y sobre la muerte, pero ya no evitarán lo irreparable y vamos derecho a la catástrofe. Las ideas más mortíferas nos esperan al paso y ya no tendremos la capacidad de eludirlas cuando las necesidades nos tomen por la garganta para metamorfosearnos en fieras, nos acercamos al borde fatal y en cuanto seamos confrontados con éste, abdicaremos todas nuestras ilusiones humanitarias y arrojaremos a nuestros adversarios al precipicio. La exterminación será el común denominador de las políticas por venir, y la naturaleza se sumará agregando sus furores a los nuestros. El fin del siglo verá el Triunfo de la muerte, el mundo abrumado de hombres se descargará del peso de los vivos en demasía, no subsistirá isla en la que los poderosos puedan ocultarse al infierno general que nos preparan, y el espectáculo de su agonía será la consolación de los pueblos que extraviaron. El orden futuro será el legatario universal de nuestros fracasos, y los profetas, en medio de nuestras ruinas, reunirán a los sobrevivientes.

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Todo eso que nos pasa estaba previsto desde hace mucho, y esos a los que la Tradición no les es extraña sabían que este mundo estaba condenado, pero no encontraban oídos para hacerse escuchar. El corazón del hombre no ha variado, el corazón del hombre es igual al mar profundo y tenebroso, los cambios no tienen lugar más que en la superficie donde nuestra sensibilidad refleja la luz, pero cuando descendemos, encontramos eso que fue y será: la filosofía ahí casi no penetra y sólo la teología tiene las llaves del abismo Nuestra teología fue la aberración por excelencia y nosotros expiamos sus crímenes y sus errores: ella vomitó sobre la naturaleza y la naturaleza se ha vengado, somos antifísicos y nuestras religiones pretendidas reveladas no supieron más que construir la tumba de la especie. La locura de la cruz es ahora la del hombre, la voluptuosidad del sacrificio es la última medida de nuestras obras, el gusto por la muerte será la consumación de nuestras ideas. En el caos, donde nos hundimos, hay más lógica que en el orden, el orden de muerte en el que permanecimos tantos siglos y que se desarma bajo nuestros pasos automáticos.

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Nos es necesaria una Revelación que proclame la caducidad de aquellas que observamos, pero esas que nosotros observamos están ahí, su mortal peso se alía a la Fatalidad, que nos aplasta, orden y caos forman un todo que no conseguimos romper. Los Anarquistas y los Nihilistas son los últimos hombres razonables y sensibles entre los sordos que marchan, y los ciegos que militan, pero en el siglo actual no basta con tener razón, ni con ser sensible para cambiar lo que pueda ser, es necesario sustituir al orden por un orden y no por un desorden, y la moral por una moral y no por la inmoralidad, así como la fe por una fe, no solamente por un vacío, y los dioses muertos por las divinidades que nacen. No tenemos necesidad de agitadores, tenemos necesidad de profetas, tenemos necesidad de genios religiosos a la altura de estos tiempos, a la altura de nuestras obras, pues todos aquellos cuyo recuerdo invocamos, sin excepción alguna, están desfasados, todos están desfasados y los que los invocan los traicionan. Ninguna tradición nos protege contra el futuro, pues el futuro no tiene precedente y el universo ya no tiene asilo.

 

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